1.5 El mundo real es analógico

1.5 El mundo real es analógico

Capítulo publicado el 10/3/2022 por Enric Caumons Gou (@caumons)
  • 8 min de lectura

En este capítulo voy a hablar de lo que significa analógico y digital. Hoy en día todo parece ser «digital», pero, ¿de verdad sabemos lo que significan estos términos y qué implicaciones conllevan?

Diferencia entre analógico y digital

Según el diccionario de la Real Academia Española (RAE), una de las acepciones de «analógico» es: «Dicho de un aparato o de un sistema: Que presenta información, especialmente una medida, mediante una magnitud física continua proporcional al valor de dicha información».

También según la RAE, una de las acepciones de «digital» es: «Dicho de un dispositivo o sistema: Que crea, presenta, transporta o almacena información mediante la combinación de bits».

Entonces, ¿cuál es la gran diferencia? Bien, en el caso de analógico podemos leer «mediante una magnitud física continua», mientras que en el caso de digital dice «mediante la combinación de bits». Así pues, en los sistemas digitales no disponemos de toda la información, sino que tenemos «muestras» de los valores analógicos y, dependiendo del número de valores que tengamos para una misma señal analógica, entonces tendremos una mayor o menor fidelidad.

Aunque cueste de creer, los ordenadores solo trabajan con datos digitales binarios, es decir, 1s y 0s (bits) o, lo que es lo mismo, voltaje o no voltaje. A partir de aquí se construye todo, incluso nuestras vidas.

En una vida digital faltan partes por vivir

Recordemos que en los datos digitales no hay toda la información, sino que hay «trozos» de realidad. Por extensión, si vivimos en una inmersión digital constante, nos estamos alejando del mundo real para vivir en esos trocitos digitalizados, esos 1s y 0s que intentan modelar la realidad a su manera.

En arquitectura, diseño y desarrollo de software, cuando usamos el paradigma de Programación Orientada a Objetos (POO) modelamos la realidad usando clases, objetos y métodos. Podemos definir una clase como la descripción de un conjunto de objetos, que consta de datos (atributos) que resumen las características comunes de estos objetos y de métodos que definen su comportamiento. A su vez, estas clases pueden heredar de otras. Estos objetos digitales son instancias de las clases y pueden corresponderse tanto a objetos reales del mundo que nos rodea como a objetos digitales que no tienen representación directa en el mundo real, ya que son puramente virtuales. Además, los objetos pueden contener otros objetos (composición) y, de hecho, es algo muy común y realmente útil.

Dicho de una manera más fácil, buscamos formas de representar la realidad usando modelos de datos complejos creados a partir de tipos de datos tan sencillos como: booleanos (cierto o falso), caracteres (letras), cadenas de letras o «strings» (palabras), números enteros y números de coma flotante (decimales). A partir de aquí los combinamos para formar estructuras más complejas. Parece mentira que con tan poca cosa se pueda hacer tanto, ¿verdad?

Pongamos un ejemplo, imaginemos que queremos representar «coches». Podríamos definir atributos de la clase «Coche» como su marca, modelo, potencia, tipo de motor, consumo, número de plazas, etc. Asimismo, podríamos implementar sus métodos (comportamiento) como arrancar, parar, acelerar, frenar, girar… para poder aplicarlos sobre objetos (instancias) de la clase «Coche».

Esto nos lleva a pensar que vivir pegados a una o varias pantallas significa vivir basándonos en modelos de la realidad hechos por los responsables del software y hardware con el que estamos interactuando y del cual tenemos tanta dependencia. Piensa que solamente el color elegido para la interfaz de usuario ya nos afecta el estado de ánimo y, créeme si te digo que, en aplicaciones usadas a diario por millones de usuarios, estos detalles están muy cuidados y controlados.

Probablemente hayas visto películas o series que representan casos extremos en los que la tecnología se acaba rebelando en contra de la sociedad. Esto da mucho que pensar porque hay cosas que no están tan alejadas de nuestro día a día, ya que, por ejemplo, en algunas se refleja de forma magistral y aterradora a la vez el lado más oscuro de la adicción a las redes sociales y la llamada «reputación digital».

Hoy en día somos capaces de saber de una forma relativamente sencilla y muy fiable qué contenidos se consumen, por parte de qué usuarios, cuándo lo hacen, durante cuánto rato, con qué frecuencia, desde qué lugar del mundo, mediante qué tipo de dispositivos (ordenadores, móviles, tabletas, etc.), qué versiones de software utilizan, etc. A partir de aquí, se pueden extraer patrones de comportamiento, gustos, ideologías, etc. De esta forma, los algoritmos mostrarán a cada uno lo que supuestamente quiere ver (o incluso lo que quieren que veas en función de tu perfil). Además, todo esto se hace de forma que se capte la atención de los usuarios para que pasen el máximo tiempo posible usando las aplicaciones, por ejemplo, haciéndoles nuevas recomendaciones cada vez que terminan de ver, leer o escuchar algo, reproduciendo el siguiente capítulo automáticamente o incluso mediante pantallas infinitas donde el contenido no se acaba nunca, aunque te pases el día entero haciendo scroll.

Por supuesto, tampoco debe sorprenderte que te aparezcan anuncios de productos o servicios que previamente has buscado en Internet, ya que mediante tu búsqueda has informado de forma directa acerca de lo que te interesa. Como probablemente aceptaste las condiciones de uso del software sin haberlas leído, es posible que dieras tu consentimiento para que se te muestren anuncios personalizados, basados en tus preferencias. Por lo tanto, esta puede ser la razón de que veas esos anuncios «mágicos» donde aparece lo que acabas de buscar o artículos relacionados con el contenido que estás viendo para que los puedas comprar.

Viviendo en la nube

El progreso es fantástico y el hecho de que la tecnología nos facilite la vida y nos brinde oportunidades que antes eran pura ficción es increíble. ¿Quién podía imaginar hace cincuenta años que podríamos hacer videoconferencias en tiempo real con personas de cualquier lugar del mundo?

Cuando era un niño escuchábamos la música en casete o en vinilo, en esa época se llevaban los radiocasetes (loros), los walkmans y los tocadiscos. Luego aparecieron los Compact Disc (CD), que reproducíamos con los discmans por la calle y cuando había vibraciones se paraba la música porque el lector no podía leer bien los datos del CD. Después vino la fiebre del MP3 y todo cambió. Todo el mundo tenía los míticos pendrives que reproducían MP3 y también los míticos iPod. Más adelante, con la llegada de los smartphones ya no nos hacía falta un dispositivo solo para la música y la podíamos guardar en los móviles, añadiéndoles tarjetas micro SD con el fin de ampliar la capacidad de almacenamiento tan limitada que tenían, aunque, por supuesto, hoy en día también hay teléfonos que las admiten, pero ya no son tan imprescindibles. Más recientemente, gracias al abaratamiento de las tarifas de datos, estamos consumiendo música directamente en streaming, haciendo reproducciones de archivos digitales mediante Internet.

Resumiendo, hemos pasado de «tener nuestra música» a «reproducir música en la nube», que realmente no sabemos ni dónde está. De hecho, mucha gente no sabe ni qué es la famosa «nube», cuando en realidad se refiere a servicios accesibles desde Internet. Se está perdiendo la tradición de coleccionar vinilos, casetes y CD, guardados en sus fundas, con sus carátulas e incluso folletos, que encontrábamos en su interior. Con esto no digo que esté en contra del progreso porque es evidente que esto supone una gran mejora en cuanto a practicidad, inmediatez, ahorro en espacio y recursos, etc. Lo que quiero decir es que se trata de un cambio de paradigma muy grande y está ocurriendo en unos pocos años. A decir verdad, cada vez nos encontramos más inmersos en una sociedad basada en el pago por uso en lugar de la propiedad, siendo usuarios de todo, pero dueños de casi nada.

Por descontado, esta evolución vertiginosa no solo ha ocurrido con la música, sino que algo similar ha sucedido en el ámbito del vídeo. Hemos pasado de ver películas en cintas VHS a otros soportes en formato digital como CD, DVD, Blu-ray, hasta llegar también a los servicios de streaming. Hoy en día, igual que en el caso de la música, reproducimos el contenido directamente online y a la carta.

Los videojuegos también han tenido una evolución espectacular. En los últimos años se han usado múltiples soportes para poder jugar, entre ellos: disquetes, cartuchos, CD, DVD, Blu-ray, hasta llegar otra vez al maravilloso mundo online y, cómo no, al streaming. Hoy en día estamos acostumbrados a comprar online videojuegos que se descargan directamente desde Internet al ordenador, smartphone, tablet o consola y que se guardan en su disco duro o memoria interna para que podamos jugar tanto offline como online. Pero actualmente estamos en el inicio de una nueva revolución en la que se pretende poder jugar directamente por streaming sin tener que descargar el juego previamente. Es decir, jugar desde el navegador web de nuestro ordenador o dispositivo móvil, o bien conectando un pequeño dispositivo a nuestra TV y usando un mando. Veremos cómo evolucionará todo esto, ya que tiene muy buena pinta y actualmente ya hay varios gigantes tecnológicos trabajando en ello y lanzando al mercado sus primeras propuestas.

¿Qué ha ocurrido con la forma de desplegar y consumir aplicaciones informáticas? Pues, efectivamente, más de lo mismo. Hemos pasado de tener nuestros servidores físicos dedicados (bare metal) y comprar aplicaciones en soportes físicos como disquetes, CD y DVD a disponer de entornos y aplicaciones en la nube gracias al cloud computing, que nos ofrece servicios en línea tan importantes como: infraestructura como servicio (IaaS), plataforma como servicio (PaaS) y software como servicio (SaaS).

Toda esta facilidad de acceso a contenido multimedia, aplicaciones e información de todo tipo está muy bien y significa progreso, pero también repercute directamente en contra de la cultura del esfuerzo. Como ya sabes, lo que es digital puede tratarse con ordenadores, mientras que lo analógico no. Y, ¿qué hacemos con los ordenadores? Simplificar y automatizar tareas. Entonces, ¿qué valor le damos a las cosas si podemos acceder a ellas con un simple clic y, en muchas ocasiones, incluso de forma gratuita? Antes, si querías ver películas o escuchar música, tenías que ir a una tienda para comprar o alquilar. Si tenías la suerte de tener un amigo, familiar o compañero que lo tuviera, entonces te lo podía prestar. Además, la música de fuera del país, la llamada «música de importación», llegaba ciertos días a las tiendas de discos. No es como ahora que nos conectamos a plataformas online donde tenemos acceso a millones de archivos, subidos incluso por las mismas comunidades de usuarios.

Siguiendo con el ejemplo de la música, me gustaría añadir que hasta no hace muchos años había mesas de mezclas con platos a vinilo. Hoy en día, en cambio, se suelen usar ordenadores, controladoras digitales y software que, entre otras muchas funciones, permite cuadrar los discos con solo apretar un botón. Es decir, se cuadran los Beats Per Minute (BPM) y se regula el pitch (velocidad) de las pistas de audio automáticamente. Antes, todo esto era un proceso completamente manual y había que ir frenando y acelerando los discos, tocándolos físicamente, corrigiendo constantemente las mezclas para que sonaran acompasadas.

Actualmente podemos encontrarnos supuestos DJ que están más pendientes de sus smartphones, redes sociales, etc., que de las mezclas que están haciendo. En estos casos concretos, han aprovechado la tecnología para simplificar su trabajo hasta tal punto que necesita muy poca (o ninguna) intervención humana. En vez de esto, sería mucho más conveniente aprovechar estas facilidades que nos aportan las nuevas tecnologías para innovar más y conseguir efectos que antes eran imposibles o muy difíciles de hacer. Ya hace años que existen programas capaces de enlazar las canciones de una lista de reproducción entre ellas, de forma que acabamos teniendo una única sesión ininterrumpida de música. Por lo tanto, el trabajo artístico debe ser mejor que lo que hace una máquina de forma automática, si no, los DJ son realmente aquellas personas que han hecho el software de mezclas y no las que lo usan en modo automático.

Lo que quiero decir con todo esto es que la digitalización ha facilitado enormemente tareas que antes podían resultar muy duras o complejas, además de mejorar y abaratar productos y servicios que, en muchas ocasiones, solo eran asequibles para una minoría. Dicho de otra manera, gracias a las nuevas tecnologías, en muchos casos se han reducido enormemente tanto las barreras de entrada como las curvas de aprendizaje. Por supuesto, esto presenta grandes ventajas y puede proporcionar muchísimas nuevas oportunidades, pero, por otro lado, también puede suponer un incremento de la competencia debido a una mayor oferta en un mundo globalizado. Por este motivo, tendrás que esforzarte para poder hacerte un hueco entre las nubes digitales y no esperar que te caiga todo del cielo.

Además, todo este progreso puede hacer que nuestra sociedad sufra un grave problema de deshumanización debido a un aislamiento social cada vez mayor, causado por un uso abusivo de las nuevas tecnologías (y agravado en cierta medida por los efectos de la pandemia de la COVID-19). Esto, a su vez, puede despertarnos un sentimiento de nostalgia de los viejos tiempos, cuando estábamos más unidos sin estar tan conectados.

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